Fe y Razón por Juan Gregorio

FE  Y RAZÓN

Muchos racionalistas dicen que “la fe es ciega,” porque la fe no se puede comprobar, por lo tanto, no se puede razonar.  Los que piensan de esa manera es porque están pensando en una fe cosmológica. Estos racionalistas dicen que la fe no tiene base experimental con lo cual se  pueda comprobar, por lo tanto, no se puede razonar. Pero los que tenemos fe en Dios, no es una fe ciega, porque está basada en experiencia. Dios tuvo ese cuidado desde el principio, para que el que creyera en Él por fe, se pudiera razonar por la experiencia.

Por ejemplo: cuando Dios llamó a Abraham de la ciudad idolátrica de Ur de los caldeos (La ciudad de Ur estaba en las cercanías del río Éufrates, donde ahora es el país de Irak) para que se encaminara hacia la tierra de Canaán; él sí ejerció una fe más pura, porque, hasta donde se sabe, él no tenía experiencias pasadas por la cual basar su fe, excepto la fe de Noé, él le creyó a Dios, y Dios lo llevó a la tierra de Canaán como se lo había prometido. 

Así también, ya estando en Canaán, él no perdió la fe de abrazar un hijo suyo como Dios se lo había prometido, a pesar de que Sara, su esposa, ya era una anciana de 89 años y estéril, y Abraham de 99. Para entonces ya habían pasado 24 años viviendo  en Canaán, y el hijo prometido no había venido. Al fin, Dios le cumplió esa promesa cuando él ya tenía 100 años y su esposa Sara, noventa.

Y, como si eso fuera poco, cuando su hijo Isaac ya era un adolescente, Dios le dijo a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac en el Monte Moría, como si fuera un cordero. Abraham obedeció, lo llevó hasta el Monte Moría para sacrificarlo, porque por la experiencia que tenía, de que Dios lo había llevado a la tierra de Canaán sin conocerla, como se lo había prometido, así también tendría el poder para levantar a su hijo Isaac de entre las cenizas. Abraham preparó el altar, compuso la leña, amarró a su hijo y lo puso sobre la leña. Y, cuando levantó el cuchillo para sacrificarlo, Dios le habló, diciéndo: “ que no le hiciera daño al muchacho, porque ya conocía que temía a Dios, por cuanto no había reusado sacrificar a su hijo, su único.” Entonces Abraham levantó su mirada, y vio que entre los zarzales estaba trabado por sus cuernos un carnero. Lo tomó Abraham, y lo sacrificó en vez de su hijo.

Aquí vemos que la fe de Abraham fue puesta a prueba. El obedeció a Dios en todo, al punto de sacrificar a su propio y único hijo,  porque estaba convencido por experiencia, de que Dios cumple sus promesas. Por eso se le conoce a Abraham como el “padre de la fe. 

Bajo esa misma fe caminó Isaac, Jacob, Moisés y todos los profetas del Antiguo Testamento. De manera que, cuando en el libro de Hebreos dice: “Es pues la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve,” lo dice porque ya hay a través de la historia del pueblo de Dios, muchas experiencias de que Dios cumple sus promesas.

Ahora que ya tenemos multitud de evidencias de que Dios cumple sus promesas, ya es más fácil ejercer fe en Dios, de que Él es Dios no solo de promesas, si no de palabra. Es un Dios en quien se puede creer, es un Dios en quien se puede confiar. Cuando la fe es solamente una esperanza, parece que no tiene sentido, no tiene razón de ser. La fe es razonable, cuando lo que se espera, se vuelve realidad.

El cristiano espera la segunda venida del Señor Jesucristo, por fe, porque las profecías de su primera venida se cumplieron a cabalidad. Así también se cumplirán las propias palabras del Señor Jesucristo cuando dijo: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sus obras” (Apocalipsis 22:12). “Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro” (Apocalipsis 22:7). Las palabras del Señor Jesús se cumplen. Él dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35). 

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