Formación ciudadana e interculturalidad por Olmedo España

Pensar la democracia en nuestra sociedad, se debe hacer sobre la base del reconocimiento de la diversidad cultural, lo que se traduce en un nuevo concepto de ciudadanía en donde desde la diferencia, podamos tender los puentes de un proceso intercultural que nos abra el camino de un ideario ético, en el que se privilegie el diálogo, la solidaridad, la confianza y el respeto a nuestra propia humanidad.

La interculturalidad es el reconocimiento de la necesidad de que una dimensión fundamental en la práctica de la cultura, que tenemos como propia, debe ser la de la traducción de los nombres propios que consolidan su tradición. En el ámbito de la educación intercultural existe el reconocimiento  de las diferencias culturales de sus miembros, tratando a los alumnos no sólo como ciudadanos,  sino en términos de identidad en el marco de la diversidad. La educación intercultural debe incluir las demandas de reconocimiento de identidades culturales que configura un país, orientado a la formación de una ciudadanía de identidad nacional. En tal sentido, es necesario aprender a convivir. La educación es fundamental porque educar significa creación de hábitos, costumbres, formación de valores y competencias. La convivencia es una de las virtudes hoy más necesarias. Inculcarla es formar el carácter de la  ciudadanía.

Por ello, en Guatemala para lograr el fortalecimiento y la institucionalización de relaciones sociales igualitarias no discriminatorias, que signifiquen democracia de calidad para todos y todas, se tienen que realizar procesos de educación ciudadana.

Para alcanzar la convivencia social es necesario convertir la enseñanza en un aprendizaje para la democracia, que promueva los ideales de un buen ciudadano o ciudadana, una sociedad justa, equitativa, en donde se privilegie la confianza, así como un buen estilo de calidad de  vida para todos y todas.

Un proyecto de sociedad que incorpore esos ideales como valores sociales, entendidos los  de libertad, igualdad y solidaridad para que se conviertan en guías de la acción social. Se trata de llevar a la práctica una educación para la democracia, para la educación ambiental, para la solidaridad,  educación intercultural, educación para la paz, educación para la igualdad y  educación cívico vial.

De ahí que sea recomendable la puesta en marcha de programas educativos relaciones con aspectos como los derechos y deberes de las y los ciudadanos, la ciudadanía, la democracia, el Estado, la nación, así como forjar en los jóvenes,  las virtudes centrales de la humanidad.

Sin duda alguna, señala Rodolfo Stavenhage, “el mundo ha alcanzado ya madurez suficiente para ser capaz de suscitar una cultura cívica democrática, basada en los derechos de la persona humana, y alentar al mismo tiempo el respeto mutuo entre las culturas fundado en el reconocimiento de los derechos colectivos de todos los pueblos del planeta, grandes o pequeños, cada uno de los cuales tiene tantos méritos como los demás.  Esa es la empresa que aguarda a la educación en el siglo XXI”

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