Una señal divina por Cristóbal Pérez-Jerez

En medio del temor y aislamiento de los humanos, la vida vuelve a surgir en la Tierra y llena de cantos de aves, correr y juguetear de mamíferos que hace tiempo no veíamos, y surgen insectos en todas partes. La vida, esa bendición de este pequeño planeta, tiene unos días de respiro. La menor contaminación, el surgimiento de plantas y animales, y la limpieza de mares, ríos y cielos es una señal. Los humanos estamos diseñados para destruir el mundo, sí. Pero, también podemos tener consciencia de nuestras acciones y elevar la calidad de vida en el planeta, no solo para nosotros, sino mejor, para todas las especies que habitamos este paraíso.

Desde el surgimiento de la gran industria y la democracia, como fundamentos de un rápido progreso y bienestar, los humanos nos olvidamos de que el mundo, la creación no es nuestra propiedad. Los demás seres tienen derecho a vivir y ser felices, no ser martirizados y exterminados por la maldad del humano.

Nuestro sistema, basado en la competencia económica y la democracia, en su mejor versión, es un sistema que desempeña un alto papel revolucionario. A este sistema lo llamamos capitalismo pues se basa en la división del trabajo, la propiedad privada y el comercio intensivo. Por supuesto no es un sistema universal, en los países más desarrollados es un capitalismo democrático (combina el mercado y la democracia electoral, pluralista); en otros países es un capitalismo semi-feudal (produce para el mercado pero el poder lo detentan poderes semifeudales, terratenientes, iglesias, grupos armados); en otros países es un capitalismo corporativo (formalmente existe democracia electoral, pero el poder lo detentan grupos que defienden los intereses de grupos de presión: cámaras empresariales, aliadas a sindicatos, cooperativas, asociaciones solidaristas, etc.); también existen países de capitalismo de Estado (algunos los llaman socialistas, la propiedad supuestamente social, en realidad es la propiedad privada de los sacrosantos comités centrales del partido único); y pueden existir otras formas de acuerdo al momento, la historia y la cultura de las naciones (existe el capitalismo religioso, la propiedad social está en manos de los jefes de la creencia oficial).

En fin, todos los países somos capitalistas: vamos a producir, intercambiar y consumir intensamente, destruyendo el ambiente, para generar bienes y servicios para una humanidad sedienta de un placer que no provoca satisfacción.

La historia de los últimos 400 años es la historia de la lucha por modernizar la sociedad humana, se fortaleció el sistema liberal (capitalismo basado en la democracia y mercados privados), pero encuentra una fuerte resistencia y en ocasiones alianza con los sectores conservadores que buscan mantener las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Hay que reconocerlo, en la mayoría de naciones, ha mantenido los poderes feudales: ejército, iglesia, funcionarios, para garantizar la protección de sus intereses.

El eje central de las luchas progresistas era la implantación de un sistema capitalista democrático, es decir, un sistema que proteja, aunque sea en términos formales, los derechos humanos, los derechos del individuo a pensar y decidir por sí mismo. Que no este atado a seres superiores celestiales y sus “representantes” en la Tierra. Al final, se llegó a un acuerdo, los grupos liberales hacen concesiones a los poderes tradicionales, feudales, que se resisten a perder su hegemonía. Por ejemplo, en su más reciente libro Benedicto XVI, se afirma como el líder que lucha en contra del capitalismo democrático, y llama a la democracia “credo del anticristo”. (https://www.elespanol.com/mundo/20200504/benedicto-xvi-arremete-matrimonio-gay-credo-anticristo/487451664_0.html)

Luego del período de grandes filósofos que luchaban por las libertades, la libre expresión y la investigación científica independiente, (revolución inglesa de 1668 y francesa de 1789), que crearon los Estados y la independencia de las personas y su igualdad, que buscaban ahogar el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco (El Quijote) y el sentimentalismo del soñador de la equidad de las constituciones nacionales, no queda más que el valor de cambio y la búsqueda de las utilidades.

La naturaleza, ya sea en forma espontánea o con la ayuda de laboratorios de guerras biológicas, nos ha dado un hermoso ejemplo de nuestro ínfimo valor en la creación. El problema de hoy es: seremos capaces de sobrevivir y continuar un sistema irracional, de productividad acelerada y destrucción del ambiente, hasta que por fin un evento natural o de guerras humanas destruya las condiciones de vida en el planeta, o podremos proponer un nuevo sistema de vida.

Vivir en paz y tranquilidad con el resto de la creación, sin martirizar al resto de seres vivos. Seremos capaces de ser inteligentes y generar proyectos nacionales en que la mitad del territorio sea para el desarrollo humano y la mitad para que la vida salvaje, natural pueda vivir en paz y alegría. Vamos del optimismo de nuestra especie al pesimismo de nuestra naturaleza humana depredadora.

Ignacio EspañaComentario