Sueños por Cristóbal Pérez Jerez

En medio del caos, el miedo y la incertidumbre, todos soñamos con un mundo nuevo que nos permita vivir en paz y armonía con la naturaleza. Al igual que Alicia en el País de las maravillas, dos caminos se abren ante nosotros. Que todo pase rápidamente, que la ciencia encuentre el antídoto del covid-19, y que todo vuelva a la normalidad, es el camino más deseado e imposible. Segundo, que la humanidad quede diezmada, pero consciente, y se prepare para construir un mundo nuevo, un mundo ideal. Un mundo en donde los humanos reconozcan que son una ínfima parte de la creación, y que tienen que respetar todas las otras formas de vida: animales y plantas. Este mundo es más quimérico que el otro.

Sí logramos sobrevivir, cosa que es posible, pero muy golpeados, estaremos muy cerca del momento en que el humano conoció la muerte y esta le desveló sus secretos. Si podemos sobrevivir a la muerte, tendremos la gran responsabilidad de respetar la vida, especialmente de los otros seres, por primera vez. Los que queden vivos pensarán que, los recuerdos de la vida real pasada, del modelo económico-social pasado parecerán fantasmas de la memoria, mientras que los recuerdos utópicos, ilusorios, de vivir en paz con la naturaleza serán lo más convincente de la nueva vida.

Como dice Manuel Castells[i], no es el fin del mundo, es el fin de un mundo. El mundo de la religión humanista, del ser a imagen y semejanza, que todo lo puede y que tiene derecho de castigar, mutilar y esclavizar a todos los seres vivos de la tierra y explotar sin límites los recursos de un planeta que no le pertenece, que solamente martiriza.

Castells se pregunta: ¿Por qué de repente se ha producido esta catastrófica evolución? Y, menciona una de las respuestas del mundo que está en crisis. “Por la misma razón que la epidemia se hizo pandemia: nuestra interconexión global, el trasiego constante de personas y mercancías entre todos los países, con muchos de estos intercambios teniendo por origen y destino las grandes metrópolis…” No logra ver que hay causas más profundas. El poder absoluto del ser humano sobre la naturaleza, que se consolidó en los últimos doscientos años. El control de una economía eficiente y competitiva permita al humano explotar los recursos naturales de una manera tan intensiva que ha destruido y contaminado todos los ríos, bosques y reservas naturales del planeta. El humano por medio de sus religiones universales (catolicismo, cristianismo, musulmanismo, judaísmo, y la peor humanismo), se ha creído dueño, señor y dios de toda la creación, y la ha sometido a su irracionalidad.

Esa rutina tan despiadada ha permitido al humano combatir sus enfermedades, aumentar el número de años naturales de vida de la especie y aumentar el consumo contaminador en forma alarmante. Ha llegado el momento en que la naturaleza marca el inicio del final, tiene que existir un límite. Los pensadores humanos tienen que diseñar un nuevo sistema de convivir en paz y armonía con todos los seres del planeta.

El gran desafío diría Hawking, construir una nueva sociedad, un nuevo mundo, en donde los humanos solamente ocupen la mitad de todos los territorios del mundo. Y permitan que la mitad del planeta no sea visitado nunca por el ser humano. Con el fin de permitir que todas las demás especies puedan disfrutar de una vida natural, en paz y con el derecho a crear sus familias y proteger a sus hijos, tanto plantas como animales. ¿Podrá el ser humano ser consciente de que es un pequeño ser de la creación, y que está obligado, por su mente consciente a convivir con el resto de seres en paz y armonía? Ojalá sea así, o que el mundo se derrumbe sobre nosotros.

El insigne Ramón Tamames en su libro El grito de la Tierra, indicaba que la experiencia reciente del calentamiento global y el cambio climático son un aviso del deterioro que la especie humana está causando al planeta Tierra. Se quedó corto, el coronavirus ha sido más contundente, está preparado para cancelar la vida de millones de personas en el planeta. Mostrándole al humano que no es ningún ser superior ni imagen ni semejanza de nada superpoderoso. Parece que somos más hijos del Jocker.

Ha llegado el momento de volver a la naturaleza. No para explotarla ni destruirla, sino considerarla nuestra madre, nuestro origen y que cada animal y planta que existe tiene derecho a la vida natural sin intervención de la raza humana.

Los siete pecados capitales, que ponen en riesgo la vida en el planeta son, lo repetimos:

Uno, el gran peligro de destruir la vida en los océanos, lo que sería el inicio del fin de nuestra vida, de lo cual es un triste ejemplo el mar de basura en las costas de Honduras y Guatemala.

Dos, el deterioro del agua disponible en el planeta, ya en todos los países de la región no existen ríos sin contaminación.

Tres, los conflictos por el agua, que empezarán a ser continuos y cada vez más peligrosos sí no avanzamos una propuesta de negociación y estrategia regional.

Cuatro, la degradación de los suelos, que ya no soportan cultivos intensivos, ni efectos de agroquímicos.

Cinco, la deforestación, los bosques húmedos tropicales, una delicia del alma de cualquier centroamericano en la época en que eran abundantes.

Seis, el consumo desquiciado de energías de todo tipo.

Siete, lo más triste, la pérdida de la biodiversidad, la aniquilación del resto de seres vivos de la creación.

Queda poco tiempo para actuar. Salvar la naturaleza mide el valor de una nación.

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Ignacio EspañaComentario