La necesaria solidaridad humana por Olmedo España

Existen momentos en la vida de cada persona, en los que algo la despierta de su letargo e insensibilidad humana. A veces influye el tiempo que transcurre lento e irreversiblemente. Los recuerdos, las añoranzas, el pasado, las despedidas, los amores y desamores, los afectos y desafectos, el odio y el cariño. Escenas alegres o dramáticas de la vida cotidiana que inciden en nuestra propia vida personal. Somos seres llenos de emociones y de sentimientos frágiles. Y hoy nos vemos envueltos en un remolino pandémico que arrasa vidas, deja enfermos y empobrece más a los empobrecidos, realidad trágica que incidente contundentemente en nuestras conciencias para hacernos más solidarios con la humanidad entera.

En fin, el ser humano crece en torno a una serie de realidades que le toca resolver para alcanzar una mejor calidad de vida. El problema consiste en la forma de conseguir sus apetencias personales y colectivas. Y esto es lo que se convierte en la esencia de lo que en términos de acuerdos sociales hemos llegado a concebir como justicia y solidaridad. Términos inventados por nosotros mismos, de acuerdo con la conveniencia de cómo debería organizarse la convivencia en la sociedad.

Algunos pensamos que la calidad de vida tiene sentido si superamos las causas que inciden en el drama de la pobreza humana.  En efecto, si la pobreza se logra superar, estoy seguro de que surgirán los rostros alegres de las niñas y los niños. Los jóvenes podrán departir con la música, el deporte y los libros. Los ancianos gozarían con las cosquillas de sus nietos, y un escenario de arco iris de colores fulgurantes de vida galvanizará las conciencias de quienes aspiramos por este sentido de humanidad.

En efecto, en este ahora y este aquí, cuando todo esfuerzo por arrancar la pobreza de nuestro país adquiere una enorme dimensión porque esta pandemia empobrecerá aun más a los empobrecidos, hasta llegar a la miseria, es necesaria la solidaridad humana. Por ello  es impensable el enriquecimiento de algunos individuos, cueste lo cueste. Los corruptos no caben, ni lo explotadores del sudor ajeno tampoco, porque una futura hambruna dice Naciones Unidas, está a nuestras puertas y si hoy no tomamos medidas serias y urgentes para mitigar esta sombra negrísima que se cierne sobre nuestras cabezas, nadie se salvará de esta hecatombe.

No se puede ni se debe, que algunos en medio de tanto drama humano, se dejen arrastrar por corrientes que siembran en sus cabezas el sueño de la apetencia material al interior de su propia casa de egolatría. Me da la impresión que el ronroneo de ruidos estridentes, creados por ellos mismos, les impide escuchar las voces de sus vecinos, que son los otros,  lo que en términos concretos, se manifiesta como el surgimiento de la exacerbación del individualismo total aun a costa del sufrimiento ajeno. Los afanes cotidianos de los ególatras se corroen y se lamen bajo su propia miopía y autoengaño.

Vivimos en medio de creencias, corrientes y modos de asumir cotidianamente nuestra propia historia individual. Las ideas que arrastraban en el pasado cercano las utopías hechas sueños, a grandes conglomeraos humanos, han desaparecido en el horizonte mundial. Hoy hemos quedado sin utopías, al desamparo existencial y al miedo, acompañados de problemas mucho más agudos y profundos. Sin embargo, aun en el marco de tantas tribulaciones, pienso que Las preguntas y los interrogantes que rebasan las respuestas, será la vía que nos puedan llevar a construir nuevas ideas que muevan conciencias para hacer que la alegría y la esperanza resurjan en nuestras sociedades.

De ahí, que en nuestra sociedad no solo se deben resolver los problemas sanitarios proritariamente y económicos también, sino, sobre todo, debemos avanzar en fortalecer los mejores sentimientos solidarios del ser humano que tengan que ver con los cambios de actitudes y valores acerca de la vida al servicio de la vida.

Todo esto me hace pensar en el sentido de qué si en Guatemala donde la tierra nos ha sido fértil para cultivar un modo de ser feliz, ¿por qué tanta injusticia y diferencias abismales entre los que habitamos en este bello y trágico país? Me pregunto, ¿por qué la tristeza de rostros de narices moquientas y labios tostados de niños y niñas que caminan por los senderos de nuestro territorio no conmueven nuestros corazones? ¿Cómo es posible que nuestros abuelos por ser pobres estén a la deriva y sin esperanza de una posición de calidad de vida como se lo merecen y se les deja a la intemperie frente a un gigante demoledor como lo es este virus llamado en el lenguaje popular como el coralín? ¿Cómo arrancar una sonrisa de solidaridad humana a cada uno de todos nosotros? ¿Qué hacer para superar la avaricia de los que tienen y quieren más? ¿Qué nos cabe como guatemaltecos esperar para lograr un modo de vida feliz?

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Ignacio EspañaComentario