La Guatemala que no ha podido ser Dedicado al intelectual Edelberto Torres-Rivas por Olmedo España

Me comentó uno de mis profesores de filosofía,   el doctor Constantino Láscaris, de origen griego,  que Guatemala es un país maravilloso, de una linda e  impresionante naturaleza,  profunda riqueza cultural e historia compleja difícil de comprender. Escabrosa y sinuosa.

Esta Guatemala en la cual vivimos, es un país que no ha podido ser. Por ejemplo, la irrupción violenta en el aquel aciago año de 1954, contra el régimen democrático de Jacobo Arbenz, quien impulsaba la modernización de la economía nacional y promovía mejoras sustantivas a la educación, la salud, a la seguridad ciudadana, al respeto de las libertades individuales, a la promoción abierta de partidos políticos encaminado al fortalecimiento de la democracia política. Paralelo a las reformas sociales, promovió el desarrollo de la infraestructura con el inicio de la construcción de la carretera al atlántico que desembocaría en un nuevo puerto para mejorar las exportaciones nacionales al extranjero, así como la electrificación, construcción de la ciudad olímpica, entre otras obras. Sobresalió la iniciativa  de la Reforma Agraria encaminada a dar acceso a la tierra para  mejorar la alimentación nutricional y la articulación de la economía campesina.

La inconformidad de los sectores conservadores no se hizo esperar, por la sencilla razón que no compartían este camino hacia el desarrollo con equidad. Violentaron en el año de 1954, la dinámica de la vida nacional y le dieron vuelta a la rueda de la historia  volcándola  hacia atrás. Esta imprudencia y torpeza política,  trajo abajo los avances democráticos y es lo que hoy, pagamos caro todos los guatemaltecos. No hemos podido avanzar democráticamente para crear una sociedad en la cual podamos vivir con dignidad, seguridad y justicia.

Es el hecho entonces que los años de ceguera se abalanzaron sobre nuestro país y de tantos años de ahogamiento de las libertades individuales y colectivas, se da el estallido de un conflicto armado a partir de 1962 que se incubó a partir de las diferentes expresiones populares de los obreros, estudiantes y campesinos, como  fue la gesta de Marzo y Abril.

Cabalmente la Comisión de Esclarecimiento Histórico, en uno de sus documentos señala que “las causas profundas del enfrentamiento armado, indica la injusticia estructural, el cierre de los espacios políticos, el racismo, la profundización de una institucionalidad excluyente y antidemocrática, así como la renuencia a impulsar reformas estructurales que pudieran haber reducido los conflictos estructurales que constituyen los factores que determinaron en un sentido profundo el origen y ulterior estallido del enfrentamiento armado”.

El drama que se vivió durante el período contrarrevolucionario,  fue de tales dimensiones, que hasta hoy día pervive el terror que se apoderó de las comunidades de los pueblos indígenas principalmente. La contrainsurgencia ejecutada por el ejército, llevó en sus entrañas el mensaje  de sembrar el miedo a través de la agresión bárbara. El esfuerzo mayor de este instrumento de seguridad del Estado, no se volcó a combatir al movimiento guerrillero, porque este era escurridizo y luchaba con tácticas y estrategias poco conocidas por las fuerzas armadas del país, por eso, se inclinaron a golpear la posible base social, en la que murieron inocentes, otros desaparecieron y los que tuvieron suerte cruzaron las fronteras. Fue un abierto irrespeto de la vida humana.  

Diversos escritos, entre los que se destacan los de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, Guatemala Nunca Más -Recuperación de la Memoria Histórica-, de la oficina de Derechos Humanos del Arzobispado bajo la conducción de Monseñor Gerardi y libros como el de Victoria Sanford, o los escritos de Edelberto Torres-Ricas, dan cuenta de esta tragedia humana, como las “440 masacres en aldeas incendiadas por el ejército, un millón y medio de los desplazados, 150 mil refugiados, 150 mil muertos, lo que asciende a 626 poblaciones borradas del mapa y 200 mil entre muertos y desaparecidos, de los cuales el 83% eran indígenas”.

Todo esto es  lo que aconteció a partir de 1962 y  tuvo una duración de 36 largos años,  incubado  desde 1954. Hechos  que se convirtieron en la gran motivación, para promover la lucha por el respeto a los derechos humanos, así como cultivar una voluntad política de todos los sectores involucrados (Ejército, Gobierno, Guerrilla, Sector Empresarial) para  el logro de un acuerdo nacional que permitiera superar las causas profundas  del enfrentamiento armado. Al final de un proceso de dialogo y comprensión durante diferentes gobiernos, se arriba a la firma de los Acuerdos de Paz Firme y Duradera entre el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), el 29 de Diciembre de 1996, en las que se destacan el Acuerdo sobre el Fortalecimiento del Poder Civil y la Función del Ejército en una sociedad democrática, el Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria, y el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas.

Después  de 22  años de esta firma,  se acentúa  la frustración, desconocimiento de estos acuerdos, desconfianza,  miedo,  desempleo. En pocas palabras, los alcances que se privilegiaron a través del diálogo político, han sido limitados y las causas que dieron origen al enfrentamiento de 36 años, están más vigentes que nunca con el agregado que se acentuó la intolerancia y lo acordado idealmente, se perdió en un vacío social. Persiste la pertinaz idea de que hay un peligro de partición del país, a partir de la consideración del reconocimiento real de los derechos de los pueblos originarios y la aspiración de construir un Estado multinacional. Así como encontrar los caminos para la recuperación de los territorios que están siendo explotados irracionalmente por la producción minera.

Miles  de hermanos parten al norte en busca de trabajo. Las familias se desintegran. Los jóvenes están  desencantados. La globalización llegó sin tener respuesta adecuada. La corrupción e impunidad salió a flote. Crece la ambición individual. Las aguas se contaminan. Las montañas se deforestan. El crimen organizado crece y las maras florecen. La educación se estancó, las enfermedades empeoraron y la pobreza creció.

No hay  proyecto  de país. No logramos arrancar. Peor aún, hoy en medio  de inmensas  complejidades como  las  turbulencias que mueven al mundo entero y de un proceso electoral en ciernes, crece la incertidumbre y no hay respuestas a los interrogantes acerca de nuestro futuro. Lo único cierto, es que los años que vienen serán más difíciles. Sin embargo, siendo optimistas, esta problemática se puede superar con soluciones viables y coherentes, con el  aporte necesario del conocimiento, de la experiencia vivida,  la inteligencia, creatividad,  prudencia y  afecto que debe cubrirnos  a fin de lograr consensos para sobrevivir como sociedad.

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Ignacio EspañaComentario