La Dicha del Perdón por Juan Gregorio

Si la vida de un cristiano fuera solamente el ser una persona de una buena conducta y una moral intachable, todo lo que tendría que hacer es estudiar y poner en práctica al pie de la letra todas las enseñanzas de los grandes filósofos, moralistas y religiosos orientales, tales como Siddhartha Gautama (Buda), Confucio, Mencio, Laotze, etc. Por razón de espacio, solo voy a mencionar algunos consejos de trascendencia moral de Buda. Por ejemplo, él dice: 1. “cuidado con tu lengua cuando te enojes;  controla tu lengua. Apártate del pecado de la lengua. Usa tu lengua en todo aquello que sea de virtud.” 2.  “El que destruye su vida, el que habla mentira, el que toma lo que no es suyo, el que se enrola con la esposa de otro hombre, y el que se intoxica así mismo con licor, escarba para sí mismo su  sepultura. 3.”Fácil es percibir las faltas de otros; pero qué difícil es percibir las faltas de uno mismo”  (The Wisdom of China and India, por Lin Yutang, 1942, páginas 343-44).

Como vemos, los  consejos de Buda, son principios básicos para la buena conducta, semejantes a los que tenemos en la Biblia. Lo que no tienen estas religiones y culturas es la enseñanza del PERDÓN. Esta enseñanza es exclusiva de la Biblia, la Palabra de Dios; revelada por Dios primeramente al pueblo hebreo a través de los patriarcas, y después a través de Moisés y los profetas. Por último,  revelada a nosotros los gentiles por Jesucristo, el Hijo de Dios.

El perdón es un refugio inefable dado por Dios a los hombres para sanar heridas pequeñas y profundas que nos causamos diariamente en nuestro entorno social en que nos tocó vivir. Y, especialmente, para ser reconciliado con Dios y con los hombres.

A esta dicha del perdón han echado mano grandes siervos de Dios, tanto en el Antiguo Testamento como en el nuevo. Un ejemplo en el Antiguo Testamento es el  rey David, rey de Israel, mil años antes de Cristo. Él cometió adulterio con su vecina Betzabé, esposa de Urías. Hasta ahí, se podría considerar como una aventura. El problema fue cuando ella le mandó avisar que estaba embarazada de él. Entonces comenzó David a inventarse estratagemas para encubrir su pecado. Mandó traer a Urías, el esposo de ella, quien se encontraba en el campo de batalla en la guerra con los amonitas (II Samuel 11:1), con la intención de que durmiera con su esposa; de manera que, cuando naciera el niño, no habría ninguna duda que era hijo de él. Pero, no le funcionó a David su malévola astucia, Urías se negó a dormir en su casa con su esposa, porque lo consideraba injusto, porque, mientras él estuviera descansando tranquilo en su casa, sus compañeros de guerra estaban en el campo de batalla, en peligros de muerte.

Como no le funcionó ésta estratagema a David, entonces se inventó otra más cruel,  mandó de regreso a Urías al frente de batalla, ordenando a Joab, general de ejército, que lo pusiera en lo más grueso del frente de batalla, para que fuera blanco fácil de las fuerzas enemigas, y muriera. Y, así fue, Urías murió de un flechazo por las fuerzas enemigas. Hasta aquí, David pensó que todo estaba solucionado. Para entonces, ya tenía varios pecados acumulados, incluyendo el de asesinato. Tanto el pecado de adulterio como el de asesinato, era penado por la ley mosaica con la pena capital.

Pero Dios que todo lo ve, mandó al profeta Natán para que revelara a David su pecado. Cuando se dio cuenta que sus pecados estaban al desnudo delante de Dios, se postró a llorar día y noche, arrepentido por sus pecados, pidiendo perdón a Dios. Dios vio en él un arrepentimiento genuino, y lo perdonó. Leer el Salmo 51 y 32.

En el Nuevo Testamento tenemos el ejemplo de Pedro, a quien Jesús le dijo, unas horas antes de su captura, que él le iba a negar tres veces esa misma noche, antes que el gallo cantara. Pedro le juró que no le negaría, y que estaba dispuesto a morir con Él, si era necesario. Sin embargo, cuando Jesús estaba siendo condenado a muerte por el consejo de estado judío (el Sanedrín), lo negó tres veces, hasta con maldiciones, como el Señor se lo había dicho, y el gallo cantó. Pedro lloró amargamente, se arrepintió de su pecado, y fue perdonado. Si Judas, el que entregó al Señor con un beso, se hubiera arrepentido, y hubiera pedido perdón al Señor, él también hubiera sido perdonado. En el libro de los Salmos, capítulo 32, versículo 1, dice: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado). El perdón da descanso al alma, y es requisito indispensable para ser aceptado como hijo de Dios. 

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