Educación, el paradigma del siglo XXI - Juan Callejas

La Familia, escuela de humanidad

Humanidad es la virtud por la cual llamamos humanos a los hombres por su amor y sentimientos de miseración hacia otros hombres. Un hombre o mujer se vuelve realmente humano, al grado de ser humanitario, cuando tiene misericordia del otro, ama a otro ser humano, se inclina al necesitado y lo apoya. Aprende a escuchar al que pasa por un problema o simplemente se está junto a él sin ser indiferente a su situación.

Nuestras familias, amigo lector, deber ser verdaderas escuelas, y lo primero es ser conscientes de la gravedad y responsabilidad que esto supone y así poder implementar algunas mejoras en nuestras vidas. La vida en sociedad depende y demanda a la vez, del nivel de humanidad con que nos desarrollemos.

La única escuela para aprender a ser humanos, es el hogar, es en medio de la Familia en donde aprendemos y estas, vía los padres y su relación con Dios por medio de su iglesia institucional donde aprenden lo necesario para moldear las virtudes que permiten que, en cada hombre y mujer, se desarrolle ese don de humanidad que traemos.

En este aspecto, se pueden identificar, de acuerdo a un actor, Jorge Medina Delgadillo de la página web “yo influyo.com”, al menos siete disposiciones del corazón que se aprenden en esta escuela llamada “Familia” y que nos hacen verdaderamente humanos. Cito a Medina Delgadillo, adaptándolo a Guatemala.

1. “Compartir. El “destino universal de los bienes”, es decir, el que están hechos para el bien del mayor número de personas, se aprende en familia. El acto de compartir no surge de la conciencia de que las cosas (el pan y la carne) son limitadas, y por eso, para que nos toquen a todos, debemos repartirlas. No. El compartir surge porque considero que los bienes de los que yo dispongo no son para mí en exclusividad: son para todos. De ahí que la familia sea la primera experiencia, cotidiana y sencilla, del bien común.

2. La no-indiferencia. La familia me enseña a ver cercano, casi como propio, lo ajeno. El dolor y la soledad de un miembro de la familia afectan a todos, así como la alegría y triunfo de uno son también de todos. La familia es así la primera realidad orgánica de la que tenemos experiencia. Este hábito de resonar con el otro, de empatizar y no ser indiferente a él, se da en y por la familia.

3. Obedecer. El acto de la obediencia es una forma o variación de la confianza. Quien ama y confía en otro, se fía del otro, y por eso le cree. La fe natural y cotidiana que tenemos entre los seres humanos descansa en el afecto. Lo primero no es creer en esto o aquello, sino que lo primero y fundamental es creerle a tal persona, y por eso le creemos esto o aquello, y actuamos en consecuencia, por eso obedecemos. Tan cierto es que la autoridad familiar descansa en el amor, como el que la obediencia se asienta en dicha autoridad.

4. El desinterés. Esta actitud de no sentirse el ombligo del mundo y no considerarse el centro del universo también surge en la familia. El hecho de convivir y vivir para otras personas nos ayuda a la salud psíquica y espiritual, nos ayuda a una sana autoestima, que consiste en una verdadera valoración de la persona, pero nunca sobre o en detrimento de quienes nos aman. Ser un padre o madre muchas veces consiste precisamente en esto: interesarse del hijo y desinteresarse de sí mismo.

5. Solidaridad. ‘Echar la mano’ y ‘arrimar el hombro’ son cualidades de una persona verdaderamente humanitaria. Más aún: no se puede ser humanitario sin ser solidario. Ayudar ‘sin más’, sin expectativa de recompensa, es formar ya en casa ciudadanos solidarios. ¿Quiere hacer un bien a sus hijos? Enséñelos a cooperar, aun en tareas que no los benefician directamente. Formar hijos que sólo se responsabilizan de sus cosas, es ir configurando una mentalidad individualista que terminará, eventualmente, acrecentando el atomismo social en que ya vivimos.

6. Compromiso. Una persona, lo mismo que una organización humanitaria, tiene, además de sentimientos nobles, actos que comprometen su quehacer en orden a crear la paz, a reivindicar las causas más justas y a socorrer al necesitado. La familia es escuela del compromiso, pues en ella los miembros prometen, es decir, se obligan autónomamente a procurarse el bien. La familia nace con una promesa, la de los cónyuges… pero se mantiene y perdura si la promesa se actualiza cotidianamente por sus miembros. La promesa consiste en hipotecar ‘mi’ futuro por el bien de un ‘tú’ a quien amo.

7. Perdón. Ser humano es ser finito, es ser imperfecto. Tomar en cuenta la imperfección propia y ajena y asumirlas como una realidad que también ha de amarse, es un signo de madurez y realismo. El perdón es una fuente de sanación para todos, pero también es una escuela de humanidad, porque es en el error y la falla que acogemos al otro tal cual es, es decir, falible y limitado, y amamos esa realidad, no rechazándola sino comprendiéndola.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que ahí donde encontramos actitudes inhumanas y realidades deshumanizantes, no hay una promoción y valoración de la familia. Por el contrario, querer una Guatemala más justa, más solidaria, menos corrupto, más humanizada, comienza por querer y apostar a la familia.” Le agregaría, mas cooperativa y colaboradora, y menos en actitud de competencia.

“Algo de tristeza me da la ingenuidad de quienes creen que un país saldrá adelante con reformas mal llamadas estructurales, cuando la verdadera estructura social humanizante y humanizadora es la familia.”

La más radical reforma para transformar a Guatemala, es recuperar la vida familiar, y ésa en parte depende tanto de transformar nuestro entendimiento ciudadano y la responsabilidad que estemos dispuestos a asumir, sobre todo en el proceso educativo de nuestros hijos e hijas, así como de políticas públicas certeras y audaces, pero también y sobre todo de usted y de mí, para que, en casa, hagamos una verdadera escuela de humanidad que recomponga el tejido social presente y futuro.

upload.jpg
Ignacio EspañaComentario